El trauma en Mysterious Skin (2004): un breve análisis
Honestamente no me esperaba algo tan oscuro. Hay una escena muy violenta, casi a lo Gaspar Noé en términos de su explícita brutalidad, que puede dejar fuera de juego a cualquiera —y lo peor es que ni siquiera es lo más «tremendo» que sucede.
Al principio mis reacciones a todo lo que veía en pantalla eran similares a la de Joseph Gordon-Levitt cuando leía la carta de su amigo en el subte o a las que gesticulaba la madre del rubio cada vez que Avalyn lo llamaba por teléfono. En esta película están todos mal de la cabeza y actúan en consecuencia, pero no es por una intención meramente provocadora como pensé en un primer momento, sino porque la cinta, obvia en términos de las revelaciones propias de un misterio que se cae a pedazos, apunta más al viaje que al destino y se enfoca en su carácter catártico y en la forma en la que dos personas completamente distintas lidian con lo mismo.
La historia de Brian tiene todo para ser la mejor. Es original, funciona como premisa al ser medianamente interesante y tiene un componente bizarro que se deja disfrutar. La de Neil, en cambio, parte de un cliché y tiene todo para fracasar. Pero sucede lo contrario, y aunque una de las razones es la maravillosa actuación de Joseph Gordon-Levitt, el potencial simbólico que encierra la película y huye de lo tediosamente evidente se ve mejor plasmado ahí. En el siguiente párrafo voy a desarrollarlo un poco.
Mientras el arco narrativo de Brian busca mantenerse a través de un misterio que funciona alegóricamente (recordar y desenmarañar el pasado para enfrentar el trauma sin que este te defina –por eso su obsesión con los alienígenas disminuye mientras más avanza el filme), pero no en sí mismo, el de Neil, por su lado, oculta en el cliché una honestidad demoledoramente humana. Ahí está lo mejor de la película: el viaje de Neil no se limita a su necesidad patológica de revivir un trauma idealizado; más bien consiste en una desesperada búsqueda por reencontrar una de las caras del «amor» que lo hizo sentir especial en un contexto quebrado y corrompido. Siguiendo esta línea de razonamiento, todos sus encuentros sexuales —indistinguibles, automáticos y carentes de peso— muestran el estado de un personaje cuyo cambio se construirá a partir de las últimas dos personas con quienes se acuesta.
Por un lado está el penúltimo encuentro donde, de la mano de un señor viejo y poco agraciado que sólo busca algo de contacto humano, Neil se ve a sí mismo reflejado en el más profundo de los sentidos. Por otro lado está el último de todos, donde a través de la violencia de un nuevo abuso se empieza a romper la idealización de un pasado que es igual de oscuro. Lo previamente mencionado es muy importante: el carácter crudo, bestial y fortuitamente violento de ese último encuentro es lo que genera un cambio de perspectiva en el personaje de Joseph Gordon-Levitt porque le permite comprender, de una vez por todas, su rol dentro de ambos abusos: el de un objeto deshumanizado y pasivo sin posibilidad alguna de decidir o consentir. No importa ni la forma del abuso ni la justificación dada por el abusador; no importa si luego te sentís una víctima o alguien especial; es todo lo mismo: sólo existe el hecho —y es atroz.
Obviamente todo esto es inseparable del lugar donde sucede: el primer abuso, el idealizado, transcurrió en el pueblo de origen (lo cotidiano, lo seguro, lo pequeño, lo conocido; generalmente filmado durante el día); el segundo abuso, el violento, ocurrió en Nueva York (lo misterioso, lo inseguro, lo inmenso, lo desconocido; generalmente filmado durante la noche). Es decir, parte de lo que permitió la idealización del primer delito radica en que todo continuó igual —no en términos subjetivos, sino de la realidad social que rodeaba a los protagonistas—, y por consiguiente, le permitió a Neil simular que tenía todo bajo control. Es cuando Neil sale de esa microrealidad y se va a Nueva York que descubre, de una forma durísima, cómo son las cosas: él no sólo no es más grande que el mundo, sino que tampoco tiene todo bajo control como creía.
Hasta ese momento, hasta su llegada a Nueva York, su enfrentamiento con el dolor era meramente parcial e indirecto. Un buen ejemplo de esto es cuando se da cuenta, después de su primer encuentro sexual, de que está físicamente lastimado; y su descenso al infierno, paulatino pero constante, está representado en las enfermedades venéreas que contrae y se apilan una detrás de la otra. El hecho de que él no se cuide sexualmente —y el riesgo que eso conlleva— no sólo refleja lo poco que se cuida a sí mismo como persona, sino también el poco autoestima que tiene. ¿Por qué? Porque él sólo se siente especial a través de la valoración ajena; de la otredad; es eso lo que busca insatisfactoriamente en cada uno de sus encuentros.
Mysterious Skin es una película poco convencional en el sentido de que no presenta un camino más o menos recto hacia la salvación. Ni siquiera termina en la línea de llegada, sino en la línea de partida. Si los protagonistas lograron seguir viviendo a pesar de su pasado no lo vamos a saber nunca; lo que sí sabemos es que Gregg Araki les dio la oportunidad de hacerlo.
originalmente publicado el 19/04/2021